El internet de los animales o los cyber-animales: el Big Data de la Naturaleza

La ampliación del «Intenet de las cosas» hacia el «Intenet de los animales» puede conducir a que la fauna salvaje quede reducida a un conjunto de datos digitales abstractos. Información que por otro lado puede llegar a valorizarse en el mercado y transformar a los animales en recursos de información y predicción. Las nuevas tecnología pueden ayudarnos a conectar de nuevo con la naturaleza o alejarnos aún más reinventándonos nuevos usos para los organismos vivos.


A día de hoy todo el mundo está familiarizado con el término «internet de las cosas», ese concepto que se refiere a la interconexión digital de los objetos cotidianos con internet. El internet de las cosas, IoT (de sus siglas en inglés: Internet of Things) consiste en incorporar a los objetos chips que no sólo nos ayuden a seguir su rastro y funcionamiento, sino que muchos de ellos incluyen sensores que recogen información del ambiente y alrededores de donde se encuentran los objetos. Ello no sólo permite que los objetos se comuniquen entre sí para optimizar sus funciones y ahorrar energía, sino por ejemplo que toda suerte de objetos como libros, botiquines o medicinas estén en todo momento localizados, conozcamos su ritmo de consumo o su estado (caducado o no); en consecuencia, los humanos a través de los IoTs obtenemos una enorme cantidad de datos en tiempo real de nuestros productos para aprender a gestionarlos mejor. 

La idea detrás del Internet de las cosas, es que exista una relación directa entre los objetos y los ordenadores para que los humanos podamos hacer uso de esa información. Kevin Ashton en 2009 en un artículo titulado «Esa cosa del Internet de las cosas» escribió:

«Los ordenadores actuales –y, por tanto, internet– son prácticamente dependientes de los seres humanos para recabar información. Una mayoría de los casi 50 petabytes de datos disponibles en internet fueron inicialmente creados por humanos, a base de teclear, presionar un botón, tomar una imagen digital o escanear un código de barras. Los diagramas convencionales de internet, dejan fuera a los routers más importantes de todos: las personas. El problema es que las personas tienen un tiempo, una atención y una precisión limitados, y no se les da muy bien conseguir información sobre cosas en el mundo real. Y eso es un gran obstáculo. Somos cuerpos físicos, al igual que el medio que nos rodea. No podemos comer bits, ni quemarlos para resguardarnos del frío, ni meterlos en tanques de gas. Las ideas y la información son importantes, pero las cosas cotidianas tienen mucho más valor. Aunque, la tecnología de la información actual es tan dependiente de los datos escritos por personas, que nuestros ordenadores saben más sobre ideas que sobre cosas. Si tuviéramos ordenadores que supieran todo lo que tuvieran que saber sobre las «cosas», mediante el uso de datos que ellos mismos pudieran recoger sin nuestra ayuda, nosotros podríamos monitorizar, contar y localizar todo a nuestro alrededor, de esta manera se reducirían increíblemente gastos, pérdidas y costes. Sabríamos cuando reemplazar, reparar o recuperar lo que fuera, así como conocer si su funcionamiento estuviera siendo correcto. El internet de las cosas tiene el potencial para cambiar el mundo tal y como hizo la revolución digital hace unas décadas. Tal vez incluso más».

Como se ha mencionado al principio, la idea que existe detrás del concepto es capacitar a los objetos con sensores, memoria y energía suficiente para conectar con otros dispositivos o con la red, de manera que se transfieran la información de un objeto a otro, o de un objeto a una plataforma, para que esos datos puedan ser evaluados por las personas o algoritmos desarrollados para detectar lo que nos interese. Sus aplicaciones son múltiples e infinitas, tantas como la gente pueda imaginar o quiera llevar a cabo. Podemos desde monitorizar la temperatura de la nevera o el horno para tener la seguridad que funciona bien, el consumo de la electricidad o el agua que hacemos con el fin de optimizarla (o que las empresas usen esos mismos datos para encarecer la luz y el agua durante las horas del día que la gente hace un mayor uso de los mismos), hacer un seguimiento de los hábitos de consumición de los ciudadanos, como interaccionan con los productos comprados (y así las empresas bombardearte con una propaganda más personalizada y dirigida, el libre albedrío por decirlo de alguna manera será cada vez menos libre), o en el campo de la sanidad monitorizar la presión sanguínea de pacientes, el buen funcionamiento de un marcapasos, el implante de un audífono o simplemente las condiciones ambientales de la habitación ocupada por un paciente o una persona mayor en su hogar, información que los servicios de enfermería pueden usar para mejorar las condiciones de sus pacientes en todo momento. 

El internet de las cosas para monitorear el medio ambiente

Más allá de las cosas objetos de fabricación humana, la posibilidad de disponer de sensores conectados y transmitiendo información nos pueden permitir aportar datos muy valiosos sobre el funcionamiento en tiempo real de los ecosistemas naturales. Un información muy útil no sólo para hacer un monitoreo del medio ambiente para seguir las fluctuaciones de polución por ejemplo en las ciudades sino entender las variaciones temporales de los sistemas naturales y sus efectos sobre las poblaciones humanas. Un ejemplo de ello es el proyecto de la Unión Europea (UE) RESCATAME, que hace uso de sensores instalados en carreteras y ciudades de muchos países que permite a los ayuntamientos y autoridades tener datos en tiempo real de los niveles de polución y tomar medidas para regular el tráfico y mejorar la calidad del aire de sus ciudadanos. Puede añadirse a dichos sensores, otros que no sólo midan los gases sino la frecuencia de sonido mediante unos micrófonos minúsculos, pudiendo así también detectar zonas con exceso de ruido que puedan perturbar la vida de los vecinos.

Pero, el medio ambiente no sólo nos interesa en nuestras ciudades y alrededores, sino que lo engloba todo. Y es ahí donde la tecnología del IoT se está infiltrando para aportar datos y conocimiento para gestionar mejor los recursos naturales, predecir enfermedades emergentes en animales salvajes o de granjas, e incluso proteger especies vulnerables. Existen ya numerosos proyectos en los cuales los peces pescados son monitorizados desde el momento de su captura, de manera que se puede hacer un seguimiento del pescado que se vende en los mercados. Podemos saber, dónde, cuándo y por quién fue capturado un pez, De esta manera, reuniendo datos de miles de embarcaciones pesqueras, es posible interferir las variaciones temporales y espaciales de las poblaciones de peces y delimitar mejor las zonas de pesca o los periodos de veda que permitan una mejor recuperación de las mismas.

Ahora bien, hasta el momento, los sensores estaban dispuestos o incluidos en objetos inanimados. ¿Puede un sensor fijo o controlado por humanos aportarnos una visión completa del mundo natural? ¿Podemos llegar a lugares que incluso desconocemos? Y es en este punto donde pasamos del «internet de las cosas», al «internet de la naturaleza», o en la mayoría de los casos al «internet de los animales». Así como Ashton aseguraba en su artículo que «el problema es que las personas tienen un tiempo, una atención y una precisión limitados, y no se les da muy bien conseguir información sobre las cosas en el mundo real», lo mismo se podría afirmar sobre los sensores fijos o estáticos creados por humanos a la hora de monitorear el medio ambiente. Los sensores fijos tienen una posición limitada, a la que los humanos accedemos, y por tanto una precisión muy limitada de lo que sucede en lugares inaccesibles para nosotros y que nos impide tener una imagen correcta del mundo real. La solución: cargar con sensores a los animales. Conectar a la fauna con internet para hacer de los animales seres que nos aporten información sobre el medio. Ellos pueden moverse y llegar a lugares que los humanos incluso desconocemos. 

Por ejemplo, hace unas semanas un equipo publicó nuevos datos sobre las temperaturas y salinidad de las corrientes que tienen lugar en el Mar de Amundsen en la Antártida, cuyo conocimiento ayuda a comprender mejor los procesos de deshielo que están teniendo lugar y la predicción de la subida de los mares. Pues bien, dicha investigación llevada a cabo en una de las zonas más remotas e inaccesibles del planeta no fue llevada a cabo con registros medidos por humanos, tan siquiera por satélites incapaces de medir con precisión lo que sucede bajo el hielo y a diferentes profundidades, tampoco por sensores fijos o en boyas instaladas por científicos humanos, todos los datos fueron registrados y enviados por animales. La investigación contó con la contribución inestimable de animales salvajes, concretamente de dos: de elefantes marinos del sur (Mirounga leonina) y focas de Weddell (Leptonychotes weddellii). Fueron siete ejemplares de cada una de estas especies las que llevaron durante nueve meses unos sensores en sus cabezas (Fig. 1) que permitieron a los investigadores cubrir un área de 150.000 kilómetros cuadrados, con más de 10.000 registros cuando durante las dos décadas anteriores otras tecnologías incorporadas en barcos científicos apenas habían conseguido recopilar 2.000 datos.

Pero éste, es sólo un ejemplo, en la actualidad existen más de 50.000 criaturas en el mundo, que incluye entre otras muchas a ballenas, leopardos, flamencos, linces, murciélagos, caracolas, focas, y un sinfín de aves, que llevan implantados o van equipados con equipos y sensores de seguimiento, no sólo GPS que nos informan en todo momento sobre sus movimientos, sino con otros sensores como en el ejemplo anterior en cual recibimos datos ambientales de aquellos lugares por los cuales se desplazan. Las causas para tan ingente número de animales puestos al servicio de los humanos no se limitan a la simple curiosidad humana por saber lo que otros animales hacen, tan siquiera para así poder desarrollar unas medidas de conservación mejores, sino que también se escudan en promesas que deberían beneficiar a los humanos.

Lo hemos visto en el caso de los elefantes marinos y las focas usadas en la Antártida, el objetivo no era saber por dónde se movían los animales sino recoger datos sobre las corrientes marinas que expliquen mejor el deshielo y las posibles subidas del nivel del mar. Otro caso es estudiar los movimientos y reacciones de animales familiares como cabras, ovejas, vacas o perros, todos ellos animales que se sabe que detectan y se anticipan a terremotos. Apreciar reacciones generales en un mismo sentido por varios individuos podría informarnos de un futuro movimiento sísmico en la zona. Para muchos no hay duda alguna que con el tiempo la extensión de la tecnología IoT a los organismos vivos va a modificar la manera en como nos relacionamos con la naturaleza. Algunos abogan por un cambio positivo, de mayor comprensión y complicidad entre nosotros y ellos; para otros este «control excesivo» sobre lo salvaje y natural dará lugar a una ruptura aún mayor con la propia naturaleza. Dejaremos de verla como un lugar fuera de nuestro control, para ser una extensión asilvestrada de nuestro mundo digital. Para los defensores de esta nueva tecnología, como el escritor Pschera, el Internet de los animales, es la pieza clave que nos faltaba para restablecer nuestra conexión con el mundo animal, pudiendo empatizar con las historias que nos lleguen de ellos a través de sus sensores.   

Así pues, la cuestión que emerge es si en nuestro afán de conocer el mundo natural no estamos en realidad convirtiendo el mundo en una especie de enorme cyborg (Fig 2). Todo ello con el fin de complacer nuestra curiosidad. O por tener una mayor sensación de control. Controlar la naturaleza salvaje sin tener que intervenir en ella, sin necesidad de domesticarla.

En realidad, mirando atrás en la historia humana, nuestra especie lleva más de 10.000 años mirando de controlar y protegerse del mundo natural. Ya entonces las comunidades de cazadores-recolectores encerraban animales en cercados. Pero fue más cerca en el tiempo, ya en el siglo XX cuando los ornitólogos empezaron a anillar de manera sistemática, miles, millones de aves con el fin de ser capaces de identificarlas, de descubrir sus rutas migratorias y conocer su actividad. Luego llegó el invento de los transistores a finales de la década de 1940, y la telemetría empezó a aplicarse en animales terrestres y marinos para saber donde estaban.

En 1967 un defensor de estas nuevas tecnologías escribió en una carta dirigida a la Sociedad Audubon de Massachusetts: «De hecho, me parece que sería un precio muy bajo a pagar, el hecho de que unos pocos osos tengan que sufrir la indignación de vestir unos collares con una radio acoplada si eso sirve para salvaguardar al resto de la especie».

La irrupción de los satélites y GPS a finales de los años 80 y 90 catapultó este tipo de prácticas y estudios con el fin de recoger cada vez más y más datos sobre la posición y actividad de los animales. Eso nos ha llevado hasta la situación actual. Existe en estos momentos una base de datos compartida para todos aquellos investigadores que quieran hacen públicos sus datos relacionados con todo tipo de sensores vinculados a animales. Dicha base ha sido bautizada como MOVEBANK y está vinculada al Instituto Max Planck de Ornitología, en coordinación con el Museo de Ciencias Naturales de Carolina del Norte, la Universidad de Ohio y la Universidad de Constanza. Desde su inicio en 2008 hasta la actualidad, en un período de sólo 10 años, han conseguido aglutinar datos de 756 especies diferentes, en un total de 4.182 estudios, con más de 657.000.000 localizaciones registradas. Muchos de dichos datos son de acceso libres una vez uno se ha registrado. El proyecto incorpora una aplicación para móviles, ANIMAL TRACKER (Fig 4), que permite saber a quien esté interesado en saber que especies e individuos monitoreados tiene cerca.

Llegará el día en que casi cualquier pájaro que veamos llevará anillas que lo identifiquen, o un pequeño chip que emita señales de quien es y donde está, si está volando o descansando, si al sol o a la sombra. Las ratas irán equipadas con arneses con sensores para avisarnos de los movimientos sísmicos, así de todas sus actividades. Los grandes mamíferos collares con chips y sensores, tanto para evitar su caza furtiva, como para realizarla. Igual que los conservacionistas colocan collares para saber por dónde andan y qué hacen, los cazadores podrán liberar animales marcados que los lleven hasta otros grupos de animales salvajes. La tecnología humana estará en todos los animales y rincones de la tierra, desde las dehesas y selvas, hasta las profundidades de mares y océanos.

Pronto los animales se monitorizarán desde la Estación Espacial Internacional

Tanto se espera que aumente el tránsito de información y datos recibidos desde el mundo animal, que vinculado a la base de MOVEBANK, las agencias espaciales alemanas y rusas ya trabajan juntas en un proyecto común bautizado ICARUS. La idea de dicho proyecto es mejorar la transferencia de datos emitidos desde los sensores de los animales salvajes, haciendo uso para ello de la Estación Espacial Internacional (ISS, del inglés International Spatial Station), la cual se encargará de recoger todos los datos y reenviarlos a la Tierra (Fig 3). Con ello se podrá equipar a los animales con transmisores más pequeños y menos energía que permitirá recoger más datos y enviar más información. A finales de 2017 un cohete lanzado desde Kazakhstan llevó la computadora central que gestionará la recepción y transferencia de datos hasta la Estación Internacional, y en enero de este mismo año los astronautas que deben encargarse de ensamblar y montar el equipo ya estaban entrenándose en centros rusos. En breve el proyecto se pondrá en marcha y muchos científicos podrás adherirse al proyecto para ampliar el conocimiento de la fauna silvestre y los medios por los que se mueven.

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Fig. 3. Esquema en el que se representa como un animal dotado con sensores es localizado por los satélites del GPS, y los datos recopilados por sus múltiples sensores (acelerómetros, termómetros, micrófonos, cámaras, etc…) son enviados a la Estación Espacial Internacional (ISS), desde donde son transferidos luego a una base de datos y cuya información puede hacerse luego accesible al público general a través de App.

Es cierto que la información que han proporcionado estos estudios hasta al momento nos han ayudado a comprender que los animales son mucho más complejos de lo que creíamos. Ahora sabemos que muchos individuos de las diferentes especies de aves se desvían con frecuencia de las rutas tradicionales de migración, es decir, no son meros robots que se guían por una serie de pocos parámetros ambientales sino que tienen una complejidad individual mucho mayor, al igual que las hormigas obreras que no siempre son obreras sumisas que repiten las mismas acciones toda su vida, ahora sabemos que los individuos cambian sus actividades con el tiempo a medida que envejecen. 

¿Acabarán los animales convertidos en puntos abstractos desplazándose sobre una pantalla digital?

Sin embargo, hay quien alerta que el uso abusivo de esta tecnología, puede llevar a la gente a ver a los animales salvajes como meros instrumentos útiles para los humanos para comprender y controlar nuestro medio. El miedo es que al final uno deje de identificar al animal en sí, que el organismo quede reducido a un punto desplazándose por una pantalla digital y suministrándonos datos. Uno de los defensores de dicha tecnología, Wikeski, cree que la inteligencia o intuición de muchos animales está muy por encima todavía de cualquier tecnología o sensores que los humanos podamos diseñar o crear, y que por tanto es lícito hacer uso de ellos a través de IoTs. También Pschera predice que con el tiempo la información obtenida a través de los animales irrumpirá el mercado y los negocios. Se imagina un futuro en el que compañías de seguros tendrán sensores en serpientes marinas y elefantes para, por ejemplo, predecir tsunamis en Tailandia, cargando así más o menos a los turistas por sus seguros de viajes; cientos de ratas de la ciudad de San Francisco alertarán de próximos terremotos, o como los movimientos de las cabras en Italia se anticiparán a las erupciones volcánicas en la península con forma de bota. 

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Fig. 4. Pantallas de la App Animal Tracker asociada a la base de datos MOVEBANK para seguir y saber si tienes cerca alguno de los animales monitoreados. 

El potencial está allí, al igual que hoy ya todas las empresas se han lanzado a la exploración del Big Data de consumidores y nuestra relación con los objetos, se augura una nueva era en la que la ecología y el mundo natural salvaje pasará también a tener un valor monetario. No sólo por sus recursos, sino que está vez será por la información que podamos extraer de ella. De manera que la tecnología que se desarrolló para comprender y proteger mejor a la naturaleza puede acabar reduciendo a la propia naturaleza en un valor abstracto. En dígitos, en un conjunto de sensores valorados por su información y nada más. El animal detrás de dato será irrelevante. Corremos el riesgo de reducir la naturaleza a números, mapas y poca cosa más, nuevas formas digitales de dominar y usar la naturaleza para nuestros propios intereses. El sociólogo, Kristoffer Whitney, experto en el campo de la ciencia, ya alertaba hace un par de años que la relación entre los investigadores en ecología y los sujetos de sus investigaciones estaban cambiando. Muchos investigadores se pasan más tiempo analizando datos en sus ordenadores y generando conocimiento a distancia que en contacto u observaciones directas de los animales. Incluso para aquellos que se encargan de generar el conocimiento para la protección y conservación de las especies, cada vez su contacto real con las especies y sus ambiente es más reducido. Todo se hace a distancia, se infiere la información a través de sensores.

Al final aparecerán App de consumo masivo que hagan uso de los datos de la fauna salvaje. El propio Pschera en su libro reescribe como será la historia de una futura Caperucita Roja. La niña se adentrará en el bosque, de camino a casa de su abuela, sin miedo alguno, porque en su nuevo iPhone llevará una aplicación que le irá indicando la presencia y distancia de las diferentes criaturas del bosque. En la pantalla le aparecerá una alerta cuando un zorro se acerque a ella por la derecha, cuando un tejón sea detectado unos metros por delante desplazándose por una riera, e incluso la alertará cuando el lobo Ferdinando el Gris no ande muy lejos. Podrá ver sobre su pantalla por donde se mueve Ferdinando el Gris de manera que la joven Caperucita Roja podrá anticiparse a todos sus movimientos, evitar el encuentro, hasta verlo desde lejos y fotografiarlo con su cámara incorporada en su smartphone y posteriormente subirla a su cuenta de Instagram y Facebook para ilustrarle a su abuelita su aventura en el bosque. 

El seguimiento de individuos de diferentes especies, como la instalación de cámaras en nidos, ha permitido que mucha gente deje de ver a una especie como una entidad abstracta y se identifique con un individuo concreto. De alguna manera la biología del individuo se irá colando cada vez en nuestras conciencias, el problema es que más allá de reconocer la diversidad individual dentro de las poblaciones como sucede entre las sociedades humanas, acabemos humanizando a los animales, que les asignemos personalidades y propiedades de lo que queremos ver, es decir propiedades humanas, como ya sucede en muchos documentales de naturaleza, donde en las redes sociales se seguirán las aventuras de los zorros del vecindario, todos ellos dotados con un collarín que nos permitirá seguir su día a día a tiempo real, entre ellos habrán los que caigan bien, y los que caigan mal, los que despierten simpatías y antipatías. Y dejaremos de ver en ellos los animales que son, para ver un reflejo de lo que queremos ver. Como confundimos a los perros o los gatos con sus dueños. Al final, siempre caemos en lo mismo. Nos rodeamos de grandes artilugios y nuevas tecnologías, para acabar reduciéndolo todo a nuestra visión egocéntrica, donde sólo nos vemos nosotros. Nosotros con nuestros temores y nuestras manías.    


Lecturas suplementarias:

  • Dlodlo, N. (2012) Adopting the internet of things technologies in environmental management in South Africa. 2012 International Conference on Environment Science and Engieering. IPCBEE vol 32: 45–55
  • Elias, A.R., Golubovic, N., Krintz, C., Wolski, R. (2017) Where’s the bear? – Automating wildlife image processing using IoT and Edge Cloud Systems.
  • Fairhead, J.R. (2018) Technology, inclusivity and rogue: bats and the war against the “invisible enemy”. Conservation & Society 16:170–180
  • Gou, S., Qiang, M., Luan X., Xu, P., He, G., Yin, X., Xi, L., Jin, X., Shao, J., Chen, X., Fang, D., Li, B. (2015) The application of the Internet of things to animal ecology. Integrative Zoology 10:572–578
  • Hart, J.K., Martinez, K. (2015) Toward and environmental internet of things. Earth and Space Science 2:194–200
  • ICARUS https://icarusinitiative.org/about-icarus
  • Fox, A. (2018) Antartic seals recruited to measure effects of climate change. Nature News, May, 21, 2018 
  • Max Planck Institute for Ornithology http://www.orn.mpg.de/en
  • Mallett, H.K.W., Boheme, L., Fedak, M., Heywood, K.J. (2018) Variation in the distribution and properties of circumpolar deep water in the eastern Amudsen Sea, on seasonal timescales, using seal-borne tags. Geophysical Research Letters doi: 10.1038/d41586-018-05204-y 
  • MOVEBANK https://www.movebank.org
  • Pechera, A. (2016) Animal Internet: Nature and the Digital Revolution. New Vessel Press. 209 pp 
  • Yin, S. (2018) Inside the animal internet. Engadget, May, 21, 2018
  • Whitney, K. (2014) Tag and release: tiny tech traces a rare bird’s path. The Atlantic Jul, 3, 2014 
  • Wright, A. (2016) Animals are the earth’s sensors. Here’s how scientist track all their data. Atlas Obscura Jan, 11, 2016 
  • RESCATAME (2018) http://www.libelium.com/Smart_City_Air_Quality_Urban_Traffic_Waspmote/ 

 

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