La gripe española: la pandemia de los 100 millones de muertos a la sombra de la Primera Guerra Mundial

No fue otro que el visionario George Orwell quien el 4 de febrero de 1944 pronunció la famosa frase, «la historia la escriben los vencedores» en una columna para el Tribune. Idea que también parecía tener muy clara el primer ministro Winston Churchill, quien dijo sobre si mismo: «la historia será generosa conmigo, puesto tengo intención de escribirla». Y la escribió, entre otras muchas cosas que le valieron el premio Nobel de literatura en el año 1953, Churchill, redactó su visión particular de la Segunda Guerra Mundial.

Un concepto, el de la manipulación de la información, y de la historia, tan viejo como la propia humanidad, por mucho que en el último año el neologismo «posverdad» o «mentira emotiva» saltase a la fama, alzándose con el título de palabra del año. Goethe unos cuantos siglos antes ya lo tenía claro cuando afirmó: «No todo lo que se nos representa como historia realmente ha sucedido, y lo que realmente sucedió en realidad no sucedió de la manera que se nos presenta, más aún, lo que realmente pasó es sólo una pequeña parte de todo lo que pasó. Todo en la historia sigue siendo incierto, los eventos más grandes, así como la menor incidencia». También el escritor y dramaturgo español Enrique Jardiel Poncela entendía de la manipulación de la historia al decir: «La historia es la mentira encuadernada».

¿Pero qué sucede cuando en la historia no hay vencedores? Pues que al parecer, la historia cae en el olvido, pues cuando todos son perdedores nadie quiere escribir y recordar su derrota. Nadie puede atribuirse mérito alguno y se deja que el episodio pase desapercibido, que el tiempo pase sobre éste. «La vida de los muertos está en la memoria de los vivos», dijo Marco Tulio Cicerón ya hace más de dos mil años. Una vez muertos los vivos su memoria, y la de sus muertos, se desvanece. Y una vez olvidada la historia es fácil condenarse a repetir los mismos errores, y volvemos así a otra cita del mismo Cicerón, «Si ignoras lo que ocurrió antes de que tú nacieras, siempre serás un niño».

Y algo parecido le sucede a la sociedad con las pandemias, y no sólo con ello sino en general con los temas relacionados con la salud pública. El ejemplo más notable a día de hoy lo vemos en las campañas y bulos antivacunas por parte de algunos grupos que diseminan a través de las redes sociales, como una verdadera pandemia, sus informaciones falsas, carentes de toda base científica para ajustar sus realidades. Ajenos a los grandes riesgos que dichas conductas implican, ya no sólo para ellos mismos, o sus hijos, en el caso de los antivacunas, sino de la de todos los que viven a su alrededor. Riesgo al que se exponen por desconocimiento histórico, de las tasas de mortalidad en épocas en las que no existían las vacunas, y del triunfo que ha supuesto extirpar de muchas regiones las enfermedades provocadas por sus agentes. No me cabe duda alguna, que si se exhibieran más a menudo los datos históricos de mortalidad y la victoria de las vacunas, así como del peligro, siempre eminente, de un nuevo brote y una nueva epidemia, muchos menos serían los que apoyarían las ideas contrarias a las vacunas.

Lo más curioso sin embargo son las numerosas teorías de la conspiración que surgen cada vez que desde la Organización Mundial de la Salud (OMS) se da una señal de alerta por un posible nuevo episodio de gripe A. Aquí hago un breve inciso para resumir los tres tipos de virus de la gripe antes de seguir con el relato:

Los virus gripales de tipo A son aquellos que pueden infectar tanto a humanos como a animales muy diferentes, siendo los más famosos los de la gripe aviar A(H5N1) y A(H9N2) o los de la gripe porcina A(H1N1)(Fig.1) y A(H3N2). Todos ellos suelen tener como reservorio natural aves acuáticas, desde las cuales pueden saltar a las aves de corral u otros animales de granja, y en ocasiones algunas de sus mutaciones pasar de éstos a los humanos que trabajan con ellos. Luego están los virus gripales de tipo B que solo circulan entre las personas y son los causantes de las epidemias estacionales con la llegada de otoño en el hemisferio norte. Por último existe un grupo viral de tipo C que infecta a humanos y cerdos pero que por sus leves consecuencias no suele mencionarse.

Teorías conspirativas alrededor de la gripe: de las malvadas farmacéuticas al intento del Real Madrid de arrebatarle la Liga al Barça o los virus que llegaron del espacio exterior

Volvamos ahora donde lo había dejado, en la aparición de falacias e historias conspirativas siempre alrededor de las alertas de epidemia. Sucedió con la alerta de la gripe aviar que se inició en Hong Honk en 1997, cuando se conoció la existencia de la gripe aviar A del subtipo (H5N1) y en 2003 se propagó de Asia a Europa y África. Aún a día de hoy sigue circulando entre las aves de corral, principalmente en algunas zonas del este de Asia. En este tiempo han sido millones las aves domésticas infectadas, muertas o sacrificadas, así como se han constatado la infección de cientos de humanos y la muerte de numerosas personas. Los brotes epidémicos de dichos virus gripales en las aves de corral tienen un gran impacto, no sólo de salud, sino también económico sobre las comunidades que los sufren. Hace pocos meses, en febrero de 2017, en las provincias de Girona y Barcelona tuvieron que sacrificarse más de 25.000 patos por estar afectados por el subtipo A(H5N8), una variedad que no se transmite a los humanos pero de consecuencias devastadoras entre las aves. Pues por aquellos años era frecuente escuchar que el origen estaba relacionado con multinacionales de la alimentación establecidas en Tailandia. También se barajaba, entre aquellos que gustan de mayores poderes ocultos, la implicación de Estados Unidos (éstos nunca faltan en ninguna teoría que se precie) a través del entonces vicepresidente, Dick Chenney, y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, que al parecer tenían acciones en multinacionales farmacéuticas (entre ellas la del entonces famoso Tamiflu). Ello les habría llevado a modificar genéticamente el virus para crear una gran pandemia con la ayuda de la CIA o de la NSA (otros habituales de estos relatos, sino véase cualquier película de Hollywood o serie televisiva). Objetivo: crear una demanda del fármaco tan grande a nivel mundial que se harían millonarios de un día para otro.

En 2009, con la aparición de un nuevo virus gripal, el A(H1N1) de origen porcino, volvió a atacarse a las multinacionales de la alimentación, y como no, a Estados Unidos. Esta vez no a un reducido grupo de sus representantes, sino a una mayor conspiración tejida entre los gobiernos de Estados Unidos y de México. En la lista de actores conspiradores también hubo cabida para los laboratorios farmacéuticos, o aquellos para los cuales el virus fue alterado genéticamente con el fin de asesinar al mismísimo presidente Obama (ya se sabe de la predilección de los estadounidenses por los magnicidios). Una de ámbito más local, fue la teoría conspiratoria según la cual el virus fue creado por un equipo técnico del Real Madrid, imagino por el grupo de fisioterapeutas especialistas del mismos, como última alternativa de arrebatarle la liga al Barça. Las evidencias entonces eran muchas, Cataluña, Valencia y Andalucía eran las Comunidades Autónomas con más casos de gripe declarados, mientras que Madrid permanecía inmune todo y contar con el mayor aeropuerto internacional del país. ¡Qué las últimas jornadas se disputasen en enfrentamientos que implicaban al Madrid, el Barça, el Valencia, el Villareal y el Sevilla no podía ser una casualidad! Las evidencias está allí. Como el agente Mulder le decía a la escéptica Scully: «La verdad está ahí fuera». Y ahora que ha hecho acto de presencia la serie Expediente-X, en la cual las abejas eran los organismos escogidos por las fuerzas alienígenas para esparcir un virus mortal por la Tierra que facilite su colonización (porque entonces se empezaba a hablar de la misteriosa alta mortalidad entre las abejas en el mundo), tengo que dar paso a la más sorprendente de toda las teorías.

Se trata de la teoría de los autores Fred Hoyle y N.C. Wickramasinghe, quienes en 1979 publicaron su libro titulado Diseases from space. En este caso, los autores son científicos, astrónomos interesados en la química y la biología, que los llevó a ser considerados los padres de la disciplina de la astrobiología y de las ideas de panspermia. No seré yo quien critique la idea de que la vida terrestre pueda tener un origen más allá de nuestro planeta, allí en espacio exterior, me falta conocimiento para ello, ni para rebatir la idea de que existen bacterias o esporas fúngicas allí en la estratosfera a más de 41 kilómetros de altura. Esto último son hechos, pero debo reconocer que su idea de que las diferentes variantes de la gripe lleguen con los cometas, lo que explicaría la periodicidad de las epidemias, y que los virus alcanzan la Tierra cayendo cuesta abajo por la cordillera del Himalaya, actuando ésta como un enorme tobogán cósmico que recoge los virus de la estratosfera y los lleva hasta China, he aquí porque las últimas epidemias se han iniciado allí, resulta poco creíble. Pero por sorprendente que parezca la idea, llegaron a publicarla en una revista científica de renombre como The Lancet, donde se desencadenó un intenso debate en el año 2003. Personalmente me convence más la explicación allí expresada como respuesta por otros científicos. Estos argumentaban que sería extraño que las bacterias y hongos detectados a 41 kilómetros de altura encajen perfectamente con clados terrestres de bacilos y estafilococos al comparar sus secuencias 16S rRNA. Dudoso que evolucionasen unas macromoléculas tan complejas como el 16S rRNA de manera paralela y tan similar en dos lugares tan dispares como la Tierra, y allí, en cualquier otro lugar del Universo. Resulta aún más increíble para los virus, cuya existencia evoluciona paralela a la maquinaria genética de sus huéspedes, pues dependen completamente de éstos para cerrar su ciclo biológico.

Uno de los puntos fuertes en los que se sustentaba la hipótesis de Hoyle y Wickramasinghe, era la rápida y «misteriosa» difusión por todo el mundo de la gripe de 1918, tema principal sobre el que quería escribir hoy, a pesar de todo este rodeo inicial. La gripe de 1918 es más célebremente conocida como «gripe española», si bien los soldador ingleses la bautizaron como «la fiebre de Flandes”, las tropas chinas que combatían en las líneas francesas como «la fiebre Chungking» y entre los soldados alemanes la llamaron «Blitzkatarrh», algo así como «el catarro relámpago» (Fig. 2). ¿Por qué ha pasado a la historia como la gripe española? Para ello hay que recordar que en aquel entonces el mundo estaba metido de lleno en la Primera Guerra Mundial. Casi todos los países, representantes de todos los continentes, estaban de una manera u otra implicados en aquel macabro proceso de destrucción. España era uno de los pocos no implicados, neutro y por tanto no tan expuesto a una autocensura interna que pudiese bajar la moral de sus ciudadanos. Así que fue la prensa española la primera en publicar el problema sanitario al que se enfrentaban. De allí, que durante un tiempo, se creyó, o se quiso creer, que la epidemia había empezado en España.

¿Quién se acuerda de la gripe española?

¿Quién no ha oído hablar nunca de la Primera Guerra Mundial? ¿Cuántos libros de historia existen sobre aquel trágico episodio cuyas consecuencias se extenderían hasta el aún más trágico episodio de la Segunda Guerra Mundial? ¿Cómo olvidar un conflicto que superó con creces los 17 millones de muertes en sus diferentes frentes y entre los civiles?

Es obvio que 17 millones de muertos no pueden obviarse y olvidarse, que es un suceso que merece tener un gran espacio en la historia, pero, y si en el mismo momento estuviese teniendo lugar otro suceso que generase, no 17 millones, sino 50 millones en las estimas más bajas, y 100 millones tirando a lo alto, ¿no estaríamos de acuerdo que algo así debería recogerse en los libros de historia y recordarse con frecuencia, al igual que se hace con las guerras mundiales o en un ámbito más local, nuestra guerra civil? Pues sí, los datos son reales, son entre 50 y 100 millones, los muertos estimados que causó la gripe española en poco más de un año (1918-1919) y sin embargo apenas se habla de ella fuera del ámbito científico. 

Este año ya se han empezado a conmemorar los 100 años de la Revolución Rusa (8/marzo/1917 – 7/noviembre/1917), y de cara al año que viene imagino que ya deben estar programados muchos actos que rememoren el centenario del final de la Primera Guerra Mundial (28/julio/1914 – 11/noviembre/1918), igual que en el 2014 se llevaron a cabo numerosos actos que recordaban el inicio de la misma. El año que viene también será el momento en que la pandemia más devastadora conocida de la historia humana cumpla los cien años. Habrá que ver si sobre ella también se publican numerosos libros, estrenan películas de cine, documentales o artículos monográficos en revistas y periódicos. Porque como he dicho, la pandemia desatada entre 1918 y 1919 generó 50 millones de muertos en las estimaciones más a la baja, mientras que las actuales dan la escalofriante cifra de 100 millones. De ser 100 millones las defunciones, el número superaría con creces a todas las víctimas de la Primera y la Segunda Guerra Mundial juntas. Quizás, como argumentan algunos de los que la estudian, por eso no se quiere hablar de ello. Es la razón por la que apenas aparece en los libros de texto o los de historia, porque no hubo vencedor alguno. Fue un desastre descomunal. No hay nadie que pueda atribuirse la victoria y al que interese perpetuar la gloria de tan nefasto episodio. Pero por el bien de la humanidad, al menos deberíamos hacer el esfuerzo de recordarlo, aunque solo fuese para no repetir los errores del pasado. Para evitar tener que escuchar cada vez que la OMS da una alerta de posible pandemia, todo tipo de teorías conspirativas, sobre el lucrativo negocio de las vacunas, la exageración de los medios y las agencias internacionales, etc…, porque de tener la población un mayor conocimiento del impacto que las pandemia de gripe A han tenido a lo largo de la historia humana, posiblemente encontrarían más acertadas las precauciones tomadas por la OMS y otras organizaciones internacionales. Personalmente prefiero que se las critique por «alarmistas» a no tener que criticarlas más tarde por no haber actuado correctamente tras haber sufrido un episodio de pandemia.

La gripe española ha sido calificada como «el mayor holocausto médico de la historia», lo que no es poco cuando se mira los efectos drásticos que han originado otras enfermedades víricas o infecciosas a lo largo de la historia. Sin ir más lejos, la viruela, causada por otro virus, de la cual se tiene constancia de su existencia desde el antiguo Egipto; encontrándose evidencias de la misma en momias de más de 3.000 años de antigüedad. A ella se le atribuyen hasta 500 millones de fallecimientos solo en el siglo XX. A ello habría que sumar los muertos de las diferentes epidemias que se dieron a lo largo de la Edad Media en Asia y Europa, así como la pandemia que desencadenó en Sudamérica cuando los conquistadores españoles llegaron al continente, llevándola consigo. Solo en la década de los cincuenta del siglo pasado se calcula que había unos 50 millones de casos anuales en el mundo. No es de extrañar que la OMS la catalogase como una de las peores enfermedades del mundo, responsable de la muerte del 30% de las personas contagiadas. Fue tras una enorme campaña de vacunación mundial que la OMS pudo afortunadamente certificar su erradicación global en diciembre de 1979. Un triunfo que los antivacunas actuales, probablemente demasiado jóvenes para recordar lo que suponía coexistir con un agente infeccioso como éste, deberían conocer, para entender la importancia de las campañas de vacunación. También el sarampión, controlado gracias a la vacuna triple vírica o SPR, ha acompañado al hombre desde tiempos inmemoriales, y a pesar de estar más o menos controlada, se estima que la enfermedad ha matado a más de 200 millones de personas. Aún así, todo y los esfuerzos por parte de la OMS por erradicarla, sigue allí, igual que siguen las campañas de los antivacunas que relacionan la vacuna con el autismo y toda otra serie de efectos secundarios nocivos para los niños. Si bien las cifras de muertes causadas por la viruela o el sarampión son abrumadoras y desorbitantes, hay que tener en cuenta que son prolongadas en el tiempo, a lo largo de un siglo o más. Eso es lo que hace a la gripe española única, pues sus 50-100 millones de muertos, que representaban un 3% o un 6% de la población mundial, tuvo lugar en apenas unos meses.

La gripe española de 1918, es del subtipo A(H1N1), y se han contabilizado tres olas diferentes durante la pandemia: la primera en primavera de 1918, la segunda en otoño de 1918, y una tercera en el invierno de 1918-1919. Mientras que la primera y tercera ola fueron relativamente poco agresivas, la segunda tuvo unas consecuencias catastróficas. Más allá de los bailes en las cifras de muertos que ya se han comentado, el virus infectó a aproximadamente la mitad de la población mundial en menos de un año, con unas consecuencias sociales y económicas enormes que obligó a cerrar escuelas, negocios e industrias. A diferencia de otros episodios de gripe que suelen afectar más a niños pequeños y personas mayores, esta vez, el virus se cebó con los jóvenes. Se cree que en parte porque el virus daba lugar a que el sistema inmune combatiese contra sí mismo, afectando así más a aquellos con un sistema inmune fuerte y sano, o porque la gente mayor habría estado expuesto a una mutación similar años antes.

El génesis y el comportamiento epidémico de aquella variedad sigue siendo tema de estudio. Cuando la epidemia estalló la Medicina creía estar viviendo una etapa triunfalista frente a la patología infecciosa. Desde el desarrollo de la doctrina bacteriológica, la Medicina creyó ser capaz de controlar los procesos infecciosos y se referían a ellos como «enfermedades evitables». Lamentablemente, pese a los avances en el conocimiento bacteriológico adquirido en los últimos años, aún quedaba mucho por aprender. En su momento los expertos creían que la gripe estaba ocasionada por una bacteria: el Haemophilus influenzae, conocido entonces como Bacillus de Pfeiffer o Bacillus influenza. Pensaron los doctores en Madrid que una vez aislado el bacilo, preparar un suero y una vacuna específica con el mismo sería relativamente fácil. Empezaron a dudar de ello, cuando no consiguieron encontrarlo en las autopsias practicadas. Hubo médicos que a pesar de ello se mantuvieron fieles al dogma oficial y siguieron defendiendo el papel del bacilo como agente, buscando soluciones en la dirección errónea. Otros, con un mayor rigor crítico frente a los resultados de laboratorio, optaron por admitir que estaban ante un germen desconocido. Algunos incluso adoptaron una hipótesis entonces muy atrevida, que proponía que el agente era un virus filtrable. Tampoco conocían los mecanismos de transmisión, se ignoraba que se contagiaba a través de las diminutas gotas respiratorias de la nariz o la boca. Los diagnósticos eran malos, muchas veces se confundían sus efectos con los del cólera, un resfriado normal o una plaga bubónica. Muchos casos se trataron con meras cremas tópicas, o con mezclas de agua, sal y aceite de hulla. El 29 de octubre de 1918 la Real Academia de Medicina sugirió al ministro de la Gobernación los siguientes productos como medicamentos:

«Sales de quinina, opio y sus derivados, yodo y yoduros, digital y sus derivados, acetato y carbonato amónicos, antipirina, aspirina, entorina, piramidón, esparteína y sus sales, cafeína y sus sales, estricnina y sus sales, adrenalina, colesterina, benzoato sódico, alcanfor, salicilato sódico, novocaína».

Para prevenir la infección en Estados Unidos algunos doctores recomendaron la ingesta de alcohol, remedio que no tuvo mayor efecto que una mayor demanda de licor. Algunos doctores mencionaron los beneficios de beberse media botella de vino al día, otros se limitaban a una copa de Oporto antes de tomar un baño caliente y acostarse. Todos ellos veían en las bebidas alcohólicas una buena manera de «fortificar el sistema».

Tampoco hubo organización alguna entre las diferentes jurisdicciones. La presión sobre el colectivo médico para encontrar soluciones al problema fue enorme. Se probaron numerosas vacunas con distintos gérmenes, desconociéndose el causante de la gripe, en diferentes países. En Francia el gobierno francés «puso a disposición» a pueblos enteros y grandes grupos humanos para que los médicos y farmacéuticos experimentaran los distintos tipos de vacunas. En Barcelona, la vacuna de Moragas, que se mostró útil para prevenir la bronconeumonía gripal, se probó en 36 mujeres y 50 hombres internados en el Manicomio del Hospital de la Santa Creu. El Laboratorio Municipal de Madrid elaboró su propia vacuna y la aplicó a camilleros, encargados de manejar las ropas de los enfermos, familiares de los profesores de la Sección de vacunas y otro personal del laboratorio. A pesar de la aparición de numerosas vacunas y sueros, y la positiva valoración realizada normalmente por los farmacéuticos y los médicos implicados en su fabricación, su efectividad es a día de hoy difícil de valorar (Fig. 3). Estudios posteriores a la pandemia concluyeron que las vacunas utilizadas en los ejércitos francés e inglés habían ofrecido escasos resultados. En Estados Unidos las autoridades tuvieron que prevenir a la población contra los pretendidos éxitos de los recursos profilácticos anunciados por los fabricantes de las vacunas. Es difícil combatir algo que se desconoce. Quedó de manifiesto en la gestión de la pandemia de 1918.   

Origen y dispersión de la gripe de 1918

De hecho, se tuvo que esperar 80 años, pues fue apenas hace 20 años, cuando se consiguió por primera vez secuenciar algunos segmentos de su genoma. Se consiguió gracias a la obtención de muestras de pulmones de víctimas de aquel episodio. El análisis de sus secuencias no da pie a duda alguna, su antecesor directo es uno de origen aviar. No sorprende cuando se ha visto que patos y gansos son el reservorio de todas las formas conocidas del grupo gripal A. Lo que sigue sin saberse con certeza es como saltó el virus de las aves al hombre entonces, y porqué con aquella virulencia. Los análisis genéticos han evidenciado que las gripes pandémicas sufridas en 1957 y en 1968 fueron variaciones genéticas del virus de 1918, que habrían permanecido en algún huésped mutando hasta resurgir de nuevo años más tarde. Lo que sigue sin saberse es como se dieron los cambios genéticos en 1918, pero se cree que fue entonces cuando el virus evolucionó saltando por primera vez de las aves a los humanos.

Los orígenes de la pandemia has sido causa de numerosos debates y estudios, pero los últimos de ellos parecen sugerir (aunque sin evidencias físicas) que el patógeno saltó de las aves a los humanos en China. Poco antes de que la pandemia estallase en América y Europa, se declaró una plaga de neumonía en China que podría corresponderse con la gripe mal diagnosticada. Hay que recordar que el mundo estaba en guerra, China desde 1916 enviaba trabajadores para apoyar a los Aliados en sus fábricas. La ruta inicial iba de Singapur a Durban, el Cabo de Hornos y de allí al norte de África y Europa. Más tarde modificaron la ruta navegando hasta Vancouver al oeste de Canada y siendo trasladados desde allí en tren a la costa atlántica para volverse a embarcar rumbo a Inglaterra. En abril de 1918 se detectó un brote de infección entre los trabajadores chinos en Vancouver. Aunque se detuvo el convoy para prevenir mayores infecciones, pronto se detectaron casos similares entre militares canadienses encargados de controlar los trenes. De allí saltaría a Estados Unidos y Europa. La segunda ola, la más mortal de todas ellas, se originó en el sur de Inglaterra, en Plymouth y Devonport, puertas de entrada de los trabajadores chinos. Desde el puerto de Plymouth partió con el virus a bordo el mercante Mantua hacia Freetown en Sierra Leona, desde donde se extendió por toda África. Fue también el Freetown donde las tropas provenientes de Nueva Zelanda se detuvieron volviendo del frente europeo. Allí muchos de ellos se contagiaron, muriendo más de 8.500 de gripe y neumonía en menos de seis semanas. También fue de Plymouth de donde partió el barco que llevó el virus hasta Boston, de allí se extendió por toda América. Un mínimo de 675.000 estadounidenses, 300.000 mexicanos y 50.000 canadienses murieron en esa segunda ola de infección.

La Primera Guerra Mundial contribuyó a la pandemia, y la gripe pudo acelerar la firma del armisticio en 1918

En Europa desde Inglaterra la enfermedad prendió como una mecha. El conflicto de trincheras desarrollado en el continente reunía las condiciones ideales para que se propagara velozmente: grandes aglutinaciones de soldados, condiciones higiénicas inexistentes, malnutrición y estrés, sistemas sanitarios insuficientes, e interés por los altos mandos de ignorar u ocultar el problema para no dinamitar la moral de soldados y civiles (Fig. 4). Algunos estudios de archivos sugieren que las primeras tropas en verse seriamente afectadas fueron las alemanas y austriacas, saltando a sus poblaciones civiles y de allí a las tropas aliadas. Informes de la época contabilizan hasta 700.000 casos de gripe entre los soldados alemanes, los británicos tienen registrados 313.000 y 26.277 soldados estadounidenses. En la memoria histórica americana, los 26.277 soldados fallecidos constan como caídos en la más mortífera batalla en la que ha participado nunca Estados Unidos. La batalla en cuestión fue la de Meuse-Argonne, el 26 de setiembre de 1918, que daría lugar al armisticio poco después. La realidad, es que de los más de 26.000 soldados, 15.849 fallecieron por un brote de gripe surgido entre las tropas días antes. Los efectos de la gripe fueron tan nefastos en el frente que algunos historiadores consideran que aceleraron el fin de la contienda. La mortalidad causada por la epidemia en Francia, Inglaterra y Estados Unidos superó con creces las bajas causadas por la propia guerra.

Y volvemos al principio de la entrada: «la historia la escriben los vencedores»; o como el más próximo Enrique Jardiel Poncela dijo: «La historia es la mentira encuadernada». Y la historia de la gripe española ha sido un mar de mentiras y encubrimientos desde un principio, que poco a poco a los científicos e historiadores han ido sacando a la luz en los últimos años. En la cultura alemana de entonces, donde se ensalzaba la muerte heroica de los soldados como sacrificio por la patria, no había gloria alguna en morir en una camilla de la retaguardia, lejos de las trincheras, el lodo y las alambradas. Todo y contabilizar 14.000 fatalidades causadas por la gripe, son pocos los casos que la mencionan en sus cartillas de defunción (Fig. 6). Muchas de dichas cartillas simplemente incluían un desinformador «den Heldentod fürs Vaterland» (heroica muerte por la patria), un «tödlichen Krankheit» (muerto por enfermedad) o un «im Felpe geholten Krankheit» (enfermedad contraída en el frente). Lo mismo sucede con todas las tumbas de soldados estadounidenses en Meuse-Argonne, ninguno de los cementerios allí presentes hacen referencia alguna a las contribuciones que hizo la gripe para poblarlos. Sólo se menciona el conflicto. Como bien dijo un general inglés, «la gripe no genera héroes». Por eso se escondieron sus muertos.

No sólo los de la guerra, sino con el tiempo incluso los de todos aquellos civiles que resultaron infectados con el regreso de las tropas a sus hogares. El armisticio se firmó el 11 de noviembre de 1918, pero muchas poblaciones no pudieron participar en sus celebraciones, incluso entre los victoriosos, por el alto número de contagios. La mujer, Clementine, e hija, Marigold, del propio Churchill cayeron enfermas, si bien sobrevivieron. Su cuidadora no tuvo tanta suerte y falleció. En Austria, el pintor Egon Schiele murió en octubre de 1918, tres días más tarde que su mujer, Edith, entonces embarazada de seis meses. La gripe se llevó a toda la familia, Schiele tenía 28 años y dejó inacabada una de sus obras maestras: La Familia. Un cuadro en la que él, desnudo, atrás, desde las sombras, abraza de manera protectora a su mujer desnuda entre cuyas piernas protege al que debería ser su futuro hijo (Fig. 5). También a la gripe española se le atribuye la muerte del también pintor austriaco Gustav Klimt. En Rusia, el político revolucionario, Yákov Sverdlov, líder del partido bolchevique, que organizó el destino final de la familia del zar Nicolás II durante la Revolución de Octubre, falleció en 1919 de gripe sin llegar a ver la creación de la Unión Soviética para la que tanto trabajó. En un ámbito más local, en España, el historiador, sociólogo, periodista y traductor, Julián Juderías y Loyot, fue una de las víctimas más notables, mientras que en el país vecino, Francisco Marro y su hermana Jacinta, dos de los tres niños que en 1917 dijeron haber visto a la Virgen de Fátima, cayeron también víctimas de la gripe. Y así una lista interminable de personas que murieron a la sombra de la Primera Guerra Mundial.

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Fig. 5: La Familia, obra de Egon Schiele de 1918.

Una memoria molesta

En Europa, la gripe española de 1918, no ha formado, ni posiblemente nunca forme parte de ninguna memoria colectiva. Sólo ha formado parte de las memorias individuales o de la de los familiares. Yo recuerdo a mi abuelo materno decir en alguna ocasión, que a la temprana edad de tres años, superó la gripe española. Nada más, allí queda toda mi memoria familiar sobre el suceso. Supongo que no hay mucho más que decir de aquello. La gente hace suyos términos y episodios como los de las guerras, las memorias familiares de las trágicas guerras de 1914-1918, de la guerra civil española o de la segunda guerra mundial. Todos estos episodios cuentan con numerosos relatos en mi familia, como lamentablemente en la de casi todos los europeos. En estos conflictos los individuos y los familiares pueden entender o no la participación y el rol de sus familiares, sentirse orgulloso de ellos o negarlos, pero raramente permanecer indiferentes. La memoria colectiva ha levantado estatuas, placas y numerosos libros, artículos y películas para rememorar aquellos sucesos, instaurándose así una memoria colectiva que recuerde los hechos, aunque sea de manera distorsionada como toda buena memoria colectiva. Pero en la Europa del siglo XX morir por una enfermedad contagiosa no tenía gloria alguna, era un sinsentido. Posiblemente en el siglo XXI siga siendo igual. ¿Qué hay que explicar sobre alguien que murió de una epidemia de la que no se conocía y no se podía hacer nada? ¿Qué sentido tiene una muerte como ésta? Una muerte durante la guerra puede considerarse heroica, ridícula, vergonzosa, un hecho con el cual criticar las políticas de los gobernadores responsable, pero morir enfermo, es morir en silencio. Nadie conmemora los muertos de una pandemia, sus muertos se sufren en silencio, para finalmente caer en el olvido. 

Así ha sido a lo largo de todo el siglo XX. Aquella devastadora pandemia, la enfermedad de los 100 millones de muertos, no llamó la atención de los medios e historiadores hasta que a principios del siglo XXI la OMS alertó de una nueva gripe aviar. Desde entonces el interés por estudiar a nivel científico las muchas dudas que quedan por resolver sobre su origen, cómo afectaba a la población más sana, la generación de diferentes olas, etc… ha revivido. Entender el pasado puede salvar muchas vidas en el futuro. Si bien desaparecida de la memoria colectiva tan rápida como apareció, los científicos siguieron en las décadas siguientes investigando. Fue el horror de entonces que llevó en 1923 a la creación de la OMS para prevenir y combatir futuras pandemias. En los años 30 se aisló el virus por primera vez en cerdos infectados. En las décadas de los 30 y 40 aparecieron las primeras vacunas contra la gripe A. No eran tan eficaces como las actuales, el trabajo continuado durante casi un siglo ha llevado a una mejora considerable de las vacunas gripales, al conocerse mejor como actúa el virus en sus diferentes mutaciones. Pero no hay que olvidar que nuevas mutaciones pueden aparecer en cualquier momento y es por eso que la OMS tiene grandes programas de seguimiento y registro de cualquier epidemia. En un mundo mucho más conectado y más rápido que en 1918, una nueva mutación podría en muy poco tiempo dispersarse por todo el globo. Ahora sabemos que las mutaciones se dan por ciclos, todavía se ignora la razón de los mismos, y mucho más como predecirlos, pero sigue investigándose. Tras la de 1918-1918, le siguió la gripe asiática en 1957-1958, la gripe de Honk Kong en 1968-1970, un resurgir del A(H1N1) en la Unión Soviética en 1977, que se denominó, la gripe rusa, en 2009-2010 la fiebre porcina apareció en Mexico con un notable número de defunciones. Todos estos nuevos brotes enseguida dispararon las alarmas a los estudiosos y las instituciones. Ellos sí tienen muy presente lo que sucedió en 1918, y son conscientes que las cepas H1N1 y H3N2 siguen circulando entre la población mundial y que la aparición de nuevas mutaciones es cuestión de tiempo. Por ello no se puede bajar la guardia. En 1918 la población mundial era de 1.800 millones, hoy es aproximadamente de 7.400 millones. La gente vive más concentrada y confinada en grandes ciudades que entonces, en muchos lugares los humanos conviven muy cerca de aves y cerdos, las compañías aéreas y la vida moderna hace que la gente viaje constantemente de un lado para otro. Los científicos, conscientes de ello, siguen trabajando para anticiparse a una nueva pandemia. Para minimizar sus consecuencias. Debería recuperarse la memoria de lo que pasó entonces para que la sociedad fuese consciente de ello. En lugar de tantos virus que convierten en zombis a los afectados, o los transforman en vampiros modernos, las series y el cine podría retratar lo que la humanidad vivió aquellos 18 meses entre 1918 y 1919. Pero a los zombis se les puede matar, se les puede vencer, puede haber un héroe al que glorificar a lo largo del relato. La historia de la gripe española no tiene héroes. Sólo silencios. 

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Fig. 6: Cartilla de defunción de un soldado alemán donde se especifica su muerte por efectos de la gripe el 8 de noviembre de 1918. 

Lecturas suplementarias:

Grrlscientist (2014) Influenza: How the Great War helped create the greatest pandemic ever know. The Guardian GrrlScientist Blog, 30 july 2014

Humphries, M.O. (2013) Paths of infection: the first world war and the origins of the 1918 influenza pandemic. War in History 21, 55–81.

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