La biodiversidad sigue en declive y la humanidad le sigue

Es cierto, ya tengo una entrada previa en este mismo blog en el cual hablo del declive actual de las especies, eso que muchos expertos denominan la «sexta extinción masiva», pero me resulta difícil, por no decir imposible, evitar escribir del tema. En esta entrada no tengo intención de alargarme mucho, no quiero poner nuevas evidencias de estudios que vuelven a demostrar que lo que está sucediendo ante nuestro ojos es real, ni profundizar en las diferentes causas que lo generan. No, no es esa la intención de esta entrada. Su intención no es otra que la de desahogarme tras leer los últimos informes del IPBES aprobados de 2017 publicados la semana pasada. ¿Qué es el IPBES? El IPBES son las siglas en inglés de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicio de los Ecosistemas. Simplificando, es un organismo de la ONU creado en 2012 para hacer un seguimiento del estado de conservación de la diversidad biológica, y lo más importante, de los servicios que nos presta la naturaleza, o mejor dicho que nos tomamos prestados (Fig. 1). Los informes de 2018 son el cuarto desde 2012, han requerido tres años de trabajo y llevan la estampa de los 129 Estados miembros de la Plataforma y la firma de más de 550 expertos en la materia de todo el mundo.

Un pequeño ejercito de científicos de diferentes campos para evidenciar la mayor torpeza evolutiva de los humanos. Un organismo creado para constatar, cada equis años, que el Homo sapiens sigue empeñado en su andadura suicida apostando ciegamente por la destrucción de la naturaleza y la pérdida de diversidad biológica, hacia una no muy futura soledad planetaria. Algunos tecnofanáticos o cienciaforofos con fe ciega en el progreso humano seguro que creen que el hombre encontrará soluciones en la ciencia y su tecnología derivada. Deben imaginar que el conocimiento del futuro nos permitirá alimentarnos de productos sintetizados, la energía será inacabable, o en el mejor de los casos que nos modificaremos genéticamente para sintetizar nuestros propios recursos reprogramándonos en Homo fotosintéticus poco antes de diluirnos en una entidad digital incorpórea. Esta parece ser la idea de los que piensan que la humanidad avanza inexorablemente hacia el transhumanismo, que su culminación llevará al posthumanismo, y éste nos arrastrará hacia la postbiología. Quizás a algunos de los magnates tecnócratas detrás de estas ideas les resulte atractivo desprenderse de su cuerpo carnal, biológico y 100% reciclable para sustituirlo por una serie de avatares holográficos, cerebros de sílice y aplicaciones programadas que regulen nuestras sensaciones y pensamientos. De momento, creo que prefiero mi carcasa biológica y degradable de carne y hueso, con todas mis imperfecciones (que no son pocas) a las fantasías de los transhumanistas «en proyecto», y ello pasa por defender la naturaleza.

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Fig. 1. Uno de los logos del IPBES

El caso es que mientras tanto dichos informes del IPBES no hacen más que constatar una y otra vez la degradación de nuestros ecosistemas, y por tanto de sus servicios de los que tanto dependemos. Los informes son todos ellos negativos, el que abarca las Américas, el de Asia y el Pacífico, el de África o el de Europa y Asia Central. Da igual donde mires y cual de ellos leas, los cuatro informes llegan a la misma conclusión: el estrés del hábitat, la sobreexplotación, el uso no sostenible de los recursos naturales, la contaminación del aire, del agua y de la tierra, la traslocación cada vez mayor de especies invasoras y el impacto evidente del cambio climático, más otros causas más locales, están agotando la capacidad de respuesta de la naturaleza y degradando la diversidad biológica.

Una biodiversidad que languidece en todos los continentes

En el continente americano las poblaciones de especies son un 31% más pequeñas de lo que eran antes del «descubrimiento» de los europeos, las predicciones son que para el 2050, es decir en 30 años, la pérdida alcanzará el 40%. Es decir se perderá en sólo tres décadas un 33% de todo lo perdido en 500 años. Es obvio que la destrucción es exponencial. En África los estudios auguran que para el año 2100 la mitad de sus aves y mamíferos podrían desaparecer, afectando con ello a la productividad de sus lagos y cultivos entre un 20-30%. Si a eso se le suma que la población se multiplicará de 1.250 millones a 2.500 millones para el 2050… el problema resulta evidente. En Asia y el Pacífico de seguir con sus prácticas y políticas de pesca para el año 2048 se habrán quedado sin peces, dejando a millones de familias sin alimento y fuente de ingresos. El 90% de los corales por las mismas fechas habrán sufrido una degradación tan grave que su funcionalidad actual será cosa del pasado. En Europa el informe es conciso: «Las personas de la región consumen más recursos naturales que los que produce la región». El 66% de los hábitats muestran un «estado de conservación desfavorable», y un 27% de las especies obtienen la misma categoría de desfavorable. Los usos tradicionales de uso de la tierra se han abandonado generando la pérdida del conocimiento indígena y local asociado (Fig. 2).

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Fig. 2. Resumen de las principales pérdidas de diversidad que han tenido lugar o tendrán lugar para 2050 o 2100 si el ritmo de consumo de los recursos sigue igual, los ambientes se degradan y el cambio climático sigue las proyecciones estimadas. Figura original generada a partir de los informes oficiales de IPBES 2018.

En resumen: en todo el mundo la biodiversidad sigue su declive sin que los organismos estatales hagan algo. Tampoco se espera que éstos hagan mucho mientras sus ciudadanos no exijan medidas. Ya sabemos todos como funcionan los políticos, con diferencias sustanciales entre países, es cierto, pero en el fondo, tomando decisiones y acciones en sus programas sólo cuando la demanda social es alta y eso implica votos (en el caso de las democracias). Y claro, la sociedad tampoco está muy al día de estas cosas, o son temas que desconoce, o temas que conoce pero no le hacen ni-fu ni-fa y prefieren ignorar. Más cuando las medidas que serían necesarias tomar para reducir nuestro impacto sobre la naturaleza y la biodiversidad implicaría modificar sus conductas y costumbres de consumo (Fig. 3). Esta actitud de la gente en general y la no acción de los gobiernos responsables nos lleva a constatar una y otra vez que los objetivos y buenas intenciones firmadas en los tratados internacionales quedan en eso: en buenas intenciones. Una buena noticia para los españoles: en este tema no somos los únicos que decimos «mañana, mañana». Todo el mundo político y económico demora las acciones para alterar lo mínimo el mundo tal y como lo tienen estructurado, que no se cumplan los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas, de las Metas de Aichi para la Diversidad Biológica del Plan Estratégico para la Diversidad Biológica 2011-2020 o el Acuerdo de París sobre el cambio climático, poco importa mientras los grandes motores económicos del mundo sigan funcionando. Mientras la maquinaria humana edificada sobre el sistema natural siga dando de sí, poco importará que la naturaleza se vaya degradando.

 

Sí, porque el informe no habla de especies concretas en riesgo de extinción. Su objetivo no es el de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y sus campañas para salvar a los gorilas, las ballenas, los osos polares, el lince ibérico, las orquídeas asiáticas o las ranitas centroamericanas. La función del IPBES no es dar cuenta de que unas especies concretas están desapareciendo, no, el IPBES no es un organismo dirigido a salvar directamente las especies del Planeta, sino un aviso para nosotros. Sí, para todos nosotros, para los Homo sapiens en general. Para que tomemos conciencia de nuestra naturaleza biológica, de que todavía no somos posthumanos ni hemos superado la postbiología. Lejos de eso, como especie cada vez consumimos más y más naturaleza como no lo habíamos hecho nunca. Nuestra dependencia de los recursos naturales es total y la degradación de los ecosistemas con el tiempo no se traducirá más que en graves problemas para nosotros. A pequeña escala muchas poblaciones nativas y locales ya han padecido los efectos de lo que supone para su economía y su supervivencia la destrucción o degradación del medio ambiente, pero como eso suele suceder lejos, muy lejos de aquellos que realmente consumen y explotan más recursos, y los que lo padecen de momento son pocos, la cosa queda en poco o nada. Pero para eso están dichos informes para recordarnos nuestra tozudez, torpeza, llámenlo como quieran, a la hora de gestionar el medio ambiente y el enorme impacto que tendrá en un futuro no muy lejano.

Seguimos siendo biológicos, animales, ocupando una posición más dentro de unas complejas redes ecológica donde todo está más o menos relacionado. Nadie duda que muchas otras especies son la base de nuestros alimentos, de nuestras medicinas, que nos garantizan el acceso al agua potable y a muchas fuentes de energía, es decir que dependemos de otras especies para todo, y no sólo del cerdo, el cordero, la gallina, el arroz, el maíz o la patata, sino de muchas otras de las que todas las que nosotros explotamos requieren para que podamos seguir explotándolas. El mismo conjunto de informes incluye uno adicional sobre el estado de los suelos, sí el suelo, esa fina capa que recubre la tierra que habitamos y da pie a que exista vida tal y como la conocemos. Al estudio del suelo se encarga la Edafología, esa asignatura tan supinamente anodina y aburrida para mí durante la carrera, en la que un ex monaguillo reconvertido en científico, nos explicaba, con tono de sermón dominical, las maravillas de esa pequeña fracción de la tierra en la que el mundo geológico y el biológico se fusionan. Ese mundo en la que los minerales son alterados y modificados por la acción climática, la actividad de millones de bacterias y microorganismos, de hongos que en simbiosis con árboles y plantas permiten al mundo vegetal alimentarse de los recursos minerales secuestrados en el suelo, en las larvas de insectos que transitan degradando y reciclando la materia orgánica que cae al suelo, las lombrices que perforan el terreno construyendo verdaderas autopistas subterráneas que airean el terreno y mueven los recursos, los bulldozers ocasionales y aleatorios de jabalíes, conejos y otros que remueven la tierra, etc… esos suelos cuya composición es única en su riqueza en cada lugar del planeta y contribuye a que en cada lugar crezcan y evolucionen unas especies concretas y no otras. Esa diversidad de suelos que son la base de todos nuestros cultivos, de todo los que nos alimenta, esos suelos que el mismo informe dice que como todo lo otro se están yendo literalmente al carajo. Porque los contaminamos, les aplicamos múltiples productos químicos que homogeneizan sus microorganismos, porque retiramos de su superficie los bosques que formaban parte de su esencia y desaparecen con la primera lluvia, en definitiva esos suelos que en nuestra deriva torpe y arrogancia de poder sobre la naturaleza están viéndose alterados. Esos suelos cuya degradación en 2050 puede ocasionar la migración masiva de 3.200 millones de personas (Fig. 4).

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Fig. 4. Mapa mundial en la que aparecen representadas las áreas con diferentes grados de suelos degradados para el año 2050.

Por no hablar del valor cultural de la naturaleza. Piense en ello, casi todos, a no ser que sea usted un urbanita muy urbanita de aquellos que tienen fobia a la naturaleza, seguro que una parte esencial de su cultura y su identidad viene definida por aspectos de la naturaleza, bien sean sus paisajes de infancia, el mundo rural de sus antepasados, las dietas de su región condicionadas por el clima y las especies cazadas y cultivadas en la misma, o los cuentos, las fábulas, las leyendas y los mitos que giran alrededor de la naturaleza. Sin olvidar mencionar la calidad de vida que nos proporciona lo natural, esa sensación de paz, de reencuentro con nuestra propia naturaleza que sentimos cuando salimos a pasear, bien sea por un parque o por la montaña. Lo urbano, lo propiamente humano, tiene enormes atractivos, pero también peligros, no para de aumentar el número de defunciones o enfermedades crónicas como consecuencia de la polución humana (Fig. 5).

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Fig. 5. Mapa con la intensidad de la polución del aire y el número de muertes asociadas a la misma en 2013. Ya entonces se atribuía a la polución urbana unos 5,5 millones de muertes, la mayoría asociadas en Asia, pero también en Estados Unidos y en algunos países africanos.

No nos engañemos, agotar la naturaleza como estamos haciendo no es progreso, es una locura colectiva que nos condena a todos al precipicio. Tampoco vale pensar que estas cosas pasan muy lejos, el planeta es uno, los ecosistemas están todos interconectados entre ellos, de hecho la complejidad de la red de internet es como un puzzle para niños de 1 a 3 años al lado de la complejidad de los ecosistemas biológicos. Cada vez que cae una pieza, o no van pocas ya, no sabemos con exactitud como ello afectará al total, pero si que cada pieza que se retira de la red implica alteraciones y una mayor probabilidad de que todo el sistema colapse. Si un sistema colapsa dará igual si está lejos o cerca, nos afectará a todos, pues las comunidades humanas estamos todas conectadas a la vez, las poblaciones humanas colapsarán con el sistema y estás se desplazarán afectando así a las vecinas. En noviembre de 2015, en la Cumbre del Clima de París, se incorporó por primera vez de manera oficial el término de “migrantes y refugiados climáticos”. Sin duda una consecuencia de nuestro enorme catálogo de desaguisados provocados por nuestras acciones con el planeta. La agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR) ha estimado que desde 2008 la media de humanos desplazados por acciones climáticas o falta de recursos por el empobrecimiento de los suelos ha sido de unas 2,1 millones de personas, lo que suma un total de más de 210 millones de humanos moviéndose por dichas razones en la última década. Súmenle a esto la gente que se moverá cuando la pesca deje de ser productiva en Asia y el Pacífico en 30-40 años, o cuando los lagos y tierras africanas pierdan gran parte de su productividad y verán que las cifras son de vértigo. Un descalabro humano al que avanzamos porque no queremos ver. Da igual que los expertos del IPBES hayan dedicado tres años a la revisión de varios miles de artículos científicos, informes gubernamentales, o buscado el conocimiento indígena y local, todo ello de momento no parece tener repercusión alguna. No aparece en los medios. En la calle no se habla de ello. Tampoco en las tertulias, esta práctica, pseudoperiodística o pseudoinformativa de los medios, tan en boga en las cadenas españolas. Y si alguien menciona algo sobre el tema y sus posibles consecuencias de no empezar a tomar medidas en serio, se le tacha enseguida de «alarmista». Nos sentimos seguros en nuestros hogares creyendo que son temas que no nos afectan porque hemos desconectado tanto de la naturaleza, que la mayoría de la población no reconoce ni una lechuga ni un pollo como un organismo biológico. Así es nuestra triste realidad social. Estamos desconectados de la naturaleza. Error. Groso error.

Porque no somos seres aislados. Las comunidades aisladas no existen. Ni los ecosistemas aislados. Sólo estamos aislados como planeta de momento. Y estamos todos encerrados en el mismo. Agotándolo. Viendo desvanecerse su riqueza natural delante de nosotros sin hacer nada. Impasibles. Ya pueden aparecer los del IPCC con sus informes sobre el Cambio Climático, los de la UICN con especies que agonizan o dejan de existir, o ahora los del IPBES, reunidos en Medellín, alertando de la degradación de la biodiversidad y la pérdida de recursos, siempre habrá una legión de gente que saldrá diciendo que son cuatro alarmistas. Científicos subvencionados que nos quieren meter miedo para conseguir subvenciones para seguir investigando o elaborar nuevos informes. Está en nuestra naturaleza el negar las evidencias, en no ver aquello que no queremos ver, aquello para lo que no estamos preparados. La historia está plagada de negacionista. Y a la vista está, que ni como sociedad ni como especie estamos preparados para entender que el problema de la destrucción de nuestros sistemas naturales es muy serio. Que sus efectos muchas veces son irreversible o requieren de décadas de años de recuperación, que sus soluciones no son inmediatas, y que para cuando suframos sus consecuencias la solución del problema no será rápida. Los ecosistemas no están todavía en la era de la postbiología y ante un error de sistema no será suficiente con apagar y volver a reiniciar el sistema… o quizás sí, quizás la solución sea esa. Una reiniciación del sistema en la que el planeta deje de ser propiedad de la humanidad.


Enlaces a los informes del IPBES 2018

Income sobre las Américas: aquí

Informe sobre África: aquí

Informe sobre Asia y el Pacífico: aquí

Informe sobre Europa y Asia Central: aquí

Degradación de los suelos: aquí


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