La huella genética del hambre

Antes del desembarco de Normadía el 6 de junio de 1944, las tropas alemanas pensaron que los Aliados entrarían por las playas holandesas. Con el fin de dificultar el desembarco, se dedicaron a dinamitar presas para inundar grandes áreas de terreno. En invierno de 1944-1945, los alemanes se encontraron cercados por los aliado que llegaban desde el sureste, dañando durante su avance canales y presas en las provincias de Ultrecht y Gelderland. Gran parte de Holanda quedo convertida en una gran ciénaga con terribles consecuencias no sólo para los holandeses, sino también para las fuerzas de ocupación alemanas. Una gran huelga de los ferroviarios holandeses y las acciones de la resistencia holandesa, llevaron al ejército alemán a castigar a la zona. Para ello cortaron todo suministro de gas, electricidad y vías de transporte, condenando así a toda una parte del país al aislamiento y la falta de recursos. Una falta que se vio tremendamente agravada por las inundaciones y un invierno extremadamente frío que llegó a congelar los canales, impidiendo la entrada de provisiones con el uso de barcazas fluviales. Estas circunstancias dieron lugar a una de las mayores hambrunas colectivas de la época (Fig 1), lo que en holanda se conoce como De Hongerwinter o el invierno del hambre. Afectó a 4.500.000 personas, de las cuales murieron 22.000.

Durante ese período, iglesias y organizaciones de ayuda dieron cobijo a más de 50.000 niños malnutridos de las ciudades. En enero de 1945 llegaron cargamentos de la Cruz Roja sueca con pan para distribuir entre la población. En abril, la situación era tan desastrosa que el propio ejercito alemán permitió que la aviación inglesa y canadiense arrojase provisiones sobre la región, asegurando que no se les atacaría. De no ser por esas acciones la desgracias aún hubiese sido mayor. Aún así, durante meses la población sobrevivió con poco más de 500 calorías diarias.

Lo que nadie sabía entonces, sin embargo, es que los efectos de aquella hambruna temporal, extendería sus efectos durante más de 60 años hasta la actualidad. Los datos recopilados por los investigadores desde entonces han convertido aquella trágica situación en un improvisado experimento humano. Un experimento sobre los efectos del hambre. Los resultados más sorprendente se han encontrado en los hijos de aquella hambruna, ni en los adultos que la sufrieron, ni los niños que la padecieron, sino en aquellos fetos que sufrieron la hambruna a través de sus madres.

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Fig. 1. Imágenes de la hambruna que padeció Holanda el invierno de 1944-1945. Los campos inundados, cuerpos debilitados por el hambre y la acumulación de cadáveres por hambre. Las fotos son imágenes capturadas ilegalmente por ciudadanos holandeses durante la ocupación alemana, pueden encontrarse en este enlace: aquí

Los resultados han evidenciado que los bebés gestados durante la hambruna, en su edad adulta tienen mayores tasas de enfermedades cardiovasculares, altos niveles de diabetes del tipo 2, cáncer de mama y esquizofrenia. Estas personas han visto alterada su masa corporal, los niveles de grasa y azúcar en sangre, así como una mayor tendencia a la obesidad. Las penurias sufrida por la madre pasaron a los fetos, y estos han heredado las consecuencias de la hambruna. En este grupo de personas, la tasa de mortalidad pasados los 68 años es un 10% mayor que en el resto.

Que las malas condiciones de vida de las madres tienen efectos sobre el desarrollo de los fetos, ya hace tiempo que se sabe. Pero los mecanismos por los cuales estos efectos se prolongan en el tiempo hasta hace poco eran desconocidos. Durante tiempo los científicos se preguntaron como era posible que un cuerpo fuese capaz de recordar el ambiente al cual fue expuesto en el útero. Hoy se sabe que durante el período de hambruna se produjeron una serie de metilaciones en el ADN que alteró la actividad de los genes de los entonces fetos para el resto de sus vidas, en lo que se conoce como epigenética.

La epigenética, significa «sobre la genética» (del griego epi, sobre); haciendo referencia a elementos que no corresponden a elementos de la genética clásica de los genes, pero que interaccionan con estos y pueden tener un papel muy importante en su regulación. La modificación epigenética en mamíferos se da, sobre todo, cuando un grupo metilo se une al carbono 5 de las citosinas que conforman la molécula del ADN (Fig 2). La presencia de este grupo metilo produce un cambio conformaciones en la doble cadena del ADN que condensa la cromatina, alterando así su expresión génica (Fig 2). Los patrones de metilación en las células somáticas se ha visto que son generalmente estables y heredables, pero que sin embargo son reprogramados ampliamente en las células germinales y durante el desarrollo embrionario temprano. Esto da lugar a que un gran número de metilaciones tenga lugar durante los primeros estadios de desarrollo. Eso hace que sea un proceso clave para comprender el estrés sufrido por los embriones a través de las madres gestantes. Hasta no hace muchos años se creía que el material genético se heredaba, pero las experiencias individuales, morían con el individuo. Hoy sabemos que las experiencias marcan no sólo al individuo, sino que quedan marcadlas en su ADN y que en según que circunstancias pueden de estar manera pasar a la siguiente generación.

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Fig. 2. El proceso de metilación empieza cuando un grupo metilo (CH3) al carbono 5 de la citosina transformándola en 5′ metil-citosina. Cuando en una región del genoma se concentran varias metilaciones como sucede en la imagen del medio, eso provoca que la cromatina pase de estar abierta a condensarse molecularmente, eso altera la expresión del gen o genes afectados al no poder ser leídos como cuando la citosina está abierta.

Un estudio publicado este mismo año demostró que los nacidos en aquel periodo tienen un gran número de metilaciones en genes que participan en el desarrollo y el metabolismo del individuo, afectando así el índice de masa corporal y su salud metabólica. Con ello queda en evidencia que los efectos de la epigenética no son a corto plazo. No se difuminan transcurrido un tiempo, sino que se prolongan durante más siete décadas. El shock nutricional sufrido durante los meses esenciales para el desarrollo, tiene consecuencias para toda la vida.

Los investigadores de este estudio, descubrieron la metilación de un gen implicado en regular el crecimiento y la producción de energía en las células, además de en otros genes que controlan el metabolismo y la diferenciación celular. Al parecer la hambruna sufrida por las madres dio lugar a que estos genes quedasen silenciados, y así han seguido hasta la actualidad, con consecuencias negativas. 

Uno de los firmantes de este estudio, el doctor Lumey lleva estudiando la generación nacida durante la hambruna de 1944-1945 desde los años noventa del siglo pasado. Entonces empezó cogiendo muestras de las personas engendradas durante ese periodo y de sus hermanas o hermanos, aquellos nacidos antes o después, para constatar que las enfermedades no eran de carácter hereditario. Con los datos acumulados en dos décadas de estudios y las nuevas tecnologías han podido observar que el gen PIM3, implicado en la quema de energía, funciona a bajo rendimiento en los afectados por la hambruna durante su gestación.

La imprenta de la malnutrición intrauterina da lugar a un «fenotipo ahorrador»

Desde un punto de vista evolutivo, la respuesta del cuerpo tiene sentido. Como muchos otros organismos, los humanos intentamos anticiparnos al ambiente en el cual deberemos crecer y vivir. Es por eso, que el cuerpo de la madre al verse en unas condiciones extremas de poca comida, transmite una señal al feto que hace que éste añada grupos metilos a su ADN durante el desarrollo. La intención es que el organismo quema lentamente la energía y así no sufrir tanto por la escasez de recursos. Es lo que el investigador inglés David Barker bautizó como la teoría fenotipo ahorrador en 1989. Había observado síntoma similares en 5.600 hombres nacidos entre 1911 y 1930 cuyas madres habrían sufrido hambruna en seis distritos de Hertfordshire, al sur de Inglaterra.

Su teoría viene a decir que el cuerpo de un bebé malnutrido, tiene la impronta de una experiencia prenatal. El bebé nace «esperando» un estado de carencia alimenticia a lo largo de su vida. Por eso su metabolismo se orienta a ser bajo, a ahorrar calorías y a evitar el ejercicio excesivo. El problema es que los efectos de la hambruna suelen ser cortos, y a diferencia de las condiciones ambientales que pueden cambiar rápidamente, la metilación del ADN no lo hace. De manera que el niño y el adulto se encuentran luego con un ambiente de abundancia. Al tener el metabolismo ralentizado, la masa del individuo crece con rapidez, se acumula grasa en abundancia, se sufre de colesterol y desarrollan diabetes de tipo 2, suponiendo eso un esfuerzo excesivo para su corazón (Fig 3). En otros tiempos, cuando los humanos morían a los 30-40 años, los problemas de diabetes y cardiovasculares que aparecen a la media edad actual, no constituían un serio problema evolutivo. De manera que crecer con un cuerpo de metabolismo ralentizado era lo mejor para sobrevivir en un mundo escaso en recursos. El problema es que muchas veces los organismos se «programan» durante su desarrollo para un ambiente que al poco tiempo deja de existir.  

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Fig. 3. La teoría del «fenotipo ahorrador» explica que si durante el embarazo la madre y el feto sufren malnutrición, el bebé desarrolla un fenotipo adaptado, el bebé «espera» crecer en un ambiente escaso, ralentizando su metabolismo. El problema es que el ambiente cambia y no es el «esperado», sino que suelen encontrarse con ambientes en abundancia, la dieta en combinación con un metabolismo ralentizado da lugar a una mayor propensión a la obesidad, diabetes y problemas cardiovasculares asociados.

Los autores se mantienen cautelosos a la hora de evaluar sus resultados, pero el estudio parece venir a confirmar lo que hace años que se sospechaba: la exposición intrauterina a un ambiente adverso tiene consecuencia en la salud del adulto. La memoria del cuerpo va mucho más allá de la memoria del individuo, confirmando estos estudios que lo que sucede a un organismo desde el momento de su concepción puede dejar huellas profundas en sus vidas. Hasta la fecha se sabía de los traumas psicológicos podían pasar de una generación a otra, lo que se desconocía, hasta no hace mucho, es que estas experiencias negativas quedasen impresas en forma de huellas genéticas. 

Al parecer los efectos incluso pueden ir más allá y pasar a nuevas generaciones, con lo cual ya no sólo estaríamos ante una transmisión de efectos directos de la madre al feto, sino que las modificaciones genéticas a través de la metilación pasarían a los nietos (Fig 4). Ello implica que los efectos epigenéticos pueden prolongarse entre generaciones, aún cuando la situación que dio lugar a esos cambios ya no están presentes.

Un estudio publicado en 2013 con gente que sufrió la hambruna holandesa durante su gestación y los hijos de estos, descubrió que el peso y la masa corporal de los nietos, de las mujeres embarazadas durante la hambruna, era mayor que la del resto de la población. El estudio no ha estudiado si las diferencias observadas son o no consecuencia de la epigenética demostrada en la primera generación, pero ahí hay material de estudio para averiguar los potenciarles efectos a largo plazo de las deficiencias sufridas durante el desarrollo.

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Fig. 4. Cadena en la cual la influencia del ambiente, como una hambruna, durante el embarazo puede llegar hasta la tercera generación, los nietos de la madre afectada. La madre que sufre malnutrición (G1) da lugar a que el embrión dentro del útero (G2) metile «preparándose» para un ambiente escaso. Como el proceso tiene lugar durante su desarrollo, la metilación puede llegar a todas las células y tejidos, quedando modificados las células germinales (G3) que darán lugar a los óvulos o los espermatozoides, transmitiendo así la información a una tercera generación.

Las evidencias van más allá de Holanda; hambrunas en Ucrania, China, Camboya, Nigeria muestran el mismo patrón

Si nos desplazamos al continente asiático en Camboya descubrimos que existe un número de gente con diabetes del tipo 2 por encima de lo normal. Un 5,9% de la población ha dado positivo. La población afectada por la enfermedad no era gente en sus cuarenta o con sobrepeso, sino gente en sus treinta en el momento del diagnóstico positivo. Los endocrinos de la zona, sospechan que el auge de diabetes en esta generación coincide con los años de terror de los Jemeres rojos (Khmer Krahom) entre 1975 y 1979. La hambruna, la violencia y el estrés durante su período de acción parece que generó, como en el caso de la hambruna holandesa, una generación de personas con modificaciones epigenéticas en el ADN condicionadas por las circunstancias del embarazo, que ya no existen en la actualidad dando lugar a un epidemia de diabetes, tal y como dicen los endocrinos. 

En China, el porcentaje de personas afectadas con diabetes en 1980 era muy baja, con la llegada del nuevo siglo se dispararon, existiendo en la actualidad 120 millones de personas afectadas. El incremento parece estar vinculado a la generación de niños gestados durante la hambruna que se extendió por China entre 1958 y 1962. En China a ese período se le sigue llamando de manera eufemística: «Los tres años de desastres naturales» o «Los tres años de dificultades». En realidad, la revolución destruyó el sistema agrario de China y sumió al país en una crisis alimenticia.

«No pensé que fuese algo tan serio, brutal y sanguinario. No sabía que habían habido miles de casos de canibalismo. No sabía de los granjeros que fueron golpeados hasta la muerte. La gente moría y los familiares no los enterraban para poder seguir recogiendo su ración de comida; mantenían los cadáveres en la cama cubiertos con una sábana mientras las ratas se los comían. La gente se comía los cuerpos. Mataba a los extranjeros, los mataban y se los comía. Se llegaron a comer a sus propios hijos. Horrible. Demasiado horrible”. Explica el escritor chino Yang Jisheng, antiguo miembro del Partido Comunista que quiso explicar la verdad sobre la hambruna que sufrió China.

Oficialmente el gobierno chino reconoce la muerte de 20 millones de personas, Jisheng en sus estudios sube la cifra a los 36 millones, mientras que otros estudiosos dicen que fueron 45 millones.

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Fig. 5. (a) Hambruna sufrida en Ucrania durante el Holodomor (1932-1933); (b) la hambruna de Bengala provocada por los ingleses y su estrategia de tierra quemada ante la posibilidad de avance japonés (1943); (c, d) hambruna sufrida en China entre 1958-1963.

La hambruna afecto a una gran número de madres embarazadas, y es precisamente en los niños expuestos intrauterinamente a la desnutrición de la madre, en los que se ha visto que presentan mayores niveles de metilación, aparentemente relacionados con altos niveles de diabetes e hipertensión y otros desajustes cardiovasculares. 

En poblaciones de Ucrania que sufrieron grandes hambrunas entre 1932-1933. En Ucrania el período se conoce como Holodomor, hay quien estima que murieron de hambre un mínimo de 2 millones de granjeros. Entre los niños nacidos en esa época también se dio un aumento significativo de diabetes. En Nigeria, a la generación concebida durante la hambruna de Biafra en 1968-1970 se ha observado una propensión a la obesidad. Mire donde se mira, se van acumulando pruebas y más pruebas que confirman que la malnutrición durante el periodo de gestación y desarrollo del feto deja una marca imborrable en su genoma. No altera el código genético pero desactiva una serie de genes generando cambios considerables en la fisiología del individuo. El siguiente paso es saber hasta donde se extienden los efectos, a cuántas generaciones pueden llegar a afectar.  

Lo que está claro, es que las dietas pobres, en el momento del desarrollo, contribuyen de una manera importante al desarrollo progresivo de enfermedades cardiovasculares, diabetes y esquizofrenia. La lección positiva de estos casos, es que las agencias de salud internacionales pueden anticiparse y desarrollar campañas de prevención y tratamiento de la diabetes y enfermedades cardiovasculares, en aquellas zonas en las que hay o ha habido hambruna. Las evidencias dicen que transcurridas unas décadas las enfermedades aparecerán entre aquellos que se enfrentaron a la hambruna en el útero de sus madres. Sabiéndolo, y teniendo conocimiento de las poblaciones o grupos sociales que pasan por hambrunas, puede ayudar a las organizaciones y centros gubernamentales a planear campañas de prevención para la generación nacida del hambre. La mayoría de estudios se han centrado en grandes hambrunas que permiten tener una gran muestra estadística para evaluar los efectos, pero en todas las sociedades existen minorías y grupos de pobreza susceptibles a que las madres tengan una alimentación insuficiente durante su embarazo. El último informe de 2018 del Global Report on Food Crisis estima que en el mundo siguen habiendo 124 millones de personas de 51 países afrontando inseguridad alimentaria y hambre. La mayoría de ellas se deben a conflictos e inestabilidades políticas en la región, como en el caso de Yemen, Somalia, sudan del Sur, Afganistan, República Democrática del Congo, Siria, Etiopía, Palestina, norte de Nigeria o Nicaragua. Exactamente las mismas razones que dieron lugar a las peores hambrunas del siglo XX, el colonialismo, las guerras y los regímenes totalitarios. En la actualidad, de los 124 millones, 74 millones sufren una desnutrición aguda que requiere una intervención urgente.

Hoy sabemos que el hambre no es un daño temporal, sabemos que sus consecuencias no desaparecen cuando se dispone de alimento, sino que se expanden en el tiempo y pasan de una generación a otra con graves consecuencias para la salud. Una razón más, si es que realmente se necesitaba alguna más, para combatir la desnutrición en el mundo. Como decía Máximo Gorki en su novela La Madre, el «hambre sigue al hombre como la sombra al cuerpo». Eso parece ser así desde hace miles de años, y sigue siendo así, sin que se dediquen por parte de todos los recursos suficientes para erradicar la hambruna. Las élites políticas y económicas aceptan el hambre como algo natural e inevitable, un mal menor, porque para ellos siempre existirán ricos y pobres. Sólo unos de ellos sufren las hambrunas, y no son nunca las élites.

 


Literatura complementaria:

Branigan T. 2013. China’s Great Famine: the true story. The Guardian 1 Jan 2013

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King H, Keuky L, Seng S, Khun T, Roglic G, Pinget M. 2005. Diabetes and associated disorders in Cambodia: two epidemiological surveys. Lancet 366:1633–9

Li C, Lumey LH. 2017. Exposure to the Chinese famine of 1959-61 in early life and long-term health conditions: a systematic review and meta-analysis. International Journal of Epidemiology 56:1157–1170

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Wang PX, Wang JJ, Lei YX, Xiao L, Lou ZC. 2012. Impact of fetal and infant exposure to the Chinese Great Famine on the risk of hypertension in adulthood. PLOsOne 2012: 0049720

Zimmet PZ. 2017. Diabetes and its drivers: the largest epidemic in human history? Clinical Diabetes and Endocrinology 3:1

Zimmet PZ, Magliano DJ, Herman WH, Shaw JE. 2014. Diabetes: a 21st century challenge. Lancet Diabetes Endocrinology 2:56–64

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